sábado, febrero 25, 2006

El tercer cajón

Se sienta y abre el primer cajón. Encuentra ese papel. La promesa. Esa promesa con ella, con ella misma. Más que promesa, proyecto. Un solo proyecto, ese solo. ¿Habrá sido el final para mis palabras?, pensaba la señorita del escritorio.
Después de releerlo 15 veces, entiende que cumplió con ese proyecto. Proyecto de toda la vida, pero con un final evidente. Lo deja en el cajón y mira el tacho de basura. Todos los bollos de papel, todos los comienzos de una poesía nunca contada. Los abre uno por uno y lee los intentos. No hubo imaginación para expresarse. En cada papel un intento ahogado en un silencio eterno.
Decide guardarlos, por lo menos los que no tiró por la calle o dejó olvidados al lado de una cartuchera. Agarra todo los papeles, los estira, los mira con cariño. Y los guarda en el segundo cajón. Junto con todas esas fotos. Todos esos espacios.
¿Será tiempo de abrir el tercer cajón? ¿Será tiempo de pensar en el próximo proyecto?
Le tiembla la mano porque sólo ella sabe lo mareada que está. Quiere abrir otro cajón para salir de esa penumbra, quiere salir de ese desgano. Quiere encontrar su próximo proyecto.
Cierra los ojos y estira la mano hacia la manija. Tira. Intenta abrirlo pero no se abre. Está cerrado. Suelta la manija. ¿Está cerrado?. Abre los ojos. Se da cuenta que no está cerrado. Está trabado.


Agarra la cartera y se va. Sabe que ahora no lo puede abrir. Pero que solo está trabado.